Por: Carlos Masías Vergara
Profesor adscrito al Departamento de Ciencias Teológicas
Este afán de simplificación, ha llevado a algunos autores a intentar señalar las notas que harían de un pensador un filósofo personalista. En este aspecto, Juan Manuel Burgos señala 4 dimensiones: la estructura, la perspectiva, los contenidos, y el método.
Según Burgos, y en lo que respecta a la estructura, el personalismo no se limita a hacer de la persona una realidad relevante y valiosa, sino que es «la noción de la que depende y alrededor de la cuál se construye el andamiaje conceptual de este tipo particular de filosofía.» (Burgos). Esto, por muy bonito y bien intencionado que suene, no es aplicable a todos los pensadores a los que se suelen llamar personalistas. Pensadores como Jacques Maritain y Edith Stein, conciben a la persona desde la definición Boeciana de substancia individual de naturaleza racional, es decir entienden a la persona –en palabras del mismo Burgos- «a través de un particular combinación y caracterización de este conjunto de categorías», lo cual les quitaría el carácter personalista. Igual caso ocurre con Dietrich Von Hildebrand, quien entiende a la persona en términos de substancia, una subtancia completa. Y los pensadores dialógicos –a los que también se les suele dar la etiqueta de personalistas- hacen depender el carácter personal de la relación, llegando a afirmaciones insostenibles como que la persona solo existe en relación, con lo cual diluyen su consistencia ontológica.
Por estas mismas razones, y si seguimos considerando a estos autores, su filosofía tampoco puede considerarse con perspectiva personalista. «Se da una perspectiva personalista cuando la filosofía correspondiente es consciente de la radical originalidad de la persona respecto de las cosas y asume las consecuencias: la necesidad de elaborar conceptos específicos para el ser personal eliminando los problemas de “cosificación” que se originan cuando se toman conceptos pensados para las cosas y se aplican a las personas» (Burgos). Quizá por eso Burgos es claro al afirmar que el pensamiento de Maritain no es propiamente personalista, pero eso no se ha dicho del caso de Stein o de Von Hildebrand.
Igual de problemático resulta asumir la cuestión de método para englobar al personalismo. Decir que el personalismo se identifica con un método, el fenomenológico, es un claro sinsentido, sobre todo cuando después se llega a sostener que «procura evitar el trascendentalismo de una epoché reductiva y posee una mirada con intención ontológica o trans-fenomenológica (en terminología de Wojtyla)». En primer lugar hay que señalar que si bien es cierto que muchos autores del llamado personalismo, han utilizado el método fenomenológico, no es algo que pueda considerarse común a todos.
Tenemos a un Gabriel Marcel, quien se aproximaba a las cuestiones personales desde lo que el llamaba reflexión segunda; o a los filósofos del diálogo, quienes señalaron que «la fenomenología ni capta, ni puede hacerlo, el núcleo personal, porque éste no es ningún fenómeno, ninguna manifestación» (Sellés). Incluso Wojtyla, que pasa por un conocedor de la fenomenología, ha señalado que «el papel de este método es secundario y sumamente auxiliar». Siempre consideró a la fenomenología como punto de partida del estudio de la persona, pero que debía ser coronado con una investigación metafísica; es decir, con una profundización en el carácter radical del ser personal.
Estos pocos ejemplos intentan mostrar la dificultad de encontrar a un pensador personalista, tal como lo entienden los teóricos del personalismo de nuestros días. Esto lleva a otros apologistas del personalismo a hablar de personalismo perfecto e imperfecto, con lo cual corroboran que su concepto de personalismo hace agua. Y en este afán de arqueología eidética, de rescatar las ideas, estos nuevos personalistas han ido olvidando que el objetivo era la persona y no las ideas. Pareciera que un exceso de personalismo nos viene ocultando a la persona. En esta línea cobra mucho sentido la afirmación de Paul Ricouer: “Muera el personalismo, viva la persona”.
Según Burgos, y en lo que respecta a la estructura, el personalismo no se limita a hacer de la persona una realidad relevante y valiosa, sino que es «la noción de la que depende y alrededor de la cuál se construye el andamiaje conceptual de este tipo particular de filosofía.» (Burgos). Esto, por muy bonito y bien intencionado que suene, no es aplicable a todos los pensadores a los que se suelen llamar personalistas. Pensadores como Jacques Maritain y Edith Stein, conciben a la persona desde la definición Boeciana de substancia individual de naturaleza racional, es decir entienden a la persona –en palabras del mismo Burgos- «a través de un particular combinación y caracterización de este conjunto de categorías», lo cual les quitaría el carácter personalista. Igual caso ocurre con Dietrich Von Hildebrand, quien entiende a la persona en términos de substancia, una subtancia completa. Y los pensadores dialógicos –a los que también se les suele dar la etiqueta de personalistas- hacen depender el carácter personal de la relación, llegando a afirmaciones insostenibles como que la persona solo existe en relación, con lo cual diluyen su consistencia ontológica.
Por estas mismas razones, y si seguimos considerando a estos autores, su filosofía tampoco puede considerarse con perspectiva personalista. «Se da una perspectiva personalista cuando la filosofía correspondiente es consciente de la radical originalidad de la persona respecto de las cosas y asume las consecuencias: la necesidad de elaborar conceptos específicos para el ser personal eliminando los problemas de “cosificación” que se originan cuando se toman conceptos pensados para las cosas y se aplican a las personas» (Burgos). Quizá por eso Burgos es claro al afirmar que el pensamiento de Maritain no es propiamente personalista, pero eso no se ha dicho del caso de Stein o de Von Hildebrand.
Igual de problemático resulta asumir la cuestión de método para englobar al personalismo. Decir que el personalismo se identifica con un método, el fenomenológico, es un claro sinsentido, sobre todo cuando después se llega a sostener que «procura evitar el trascendentalismo de una epoché reductiva y posee una mirada con intención ontológica o trans-fenomenológica (en terminología de Wojtyla)». En primer lugar hay que señalar que si bien es cierto que muchos autores del llamado personalismo, han utilizado el método fenomenológico, no es algo que pueda considerarse común a todos.
Tenemos a un Gabriel Marcel, quien se aproximaba a las cuestiones personales desde lo que el llamaba reflexión segunda; o a los filósofos del diálogo, quienes señalaron que «la fenomenología ni capta, ni puede hacerlo, el núcleo personal, porque éste no es ningún fenómeno, ninguna manifestación» (Sellés). Incluso Wojtyla, que pasa por un conocedor de la fenomenología, ha señalado que «el papel de este método es secundario y sumamente auxiliar». Siempre consideró a la fenomenología como punto de partida del estudio de la persona, pero que debía ser coronado con una investigación metafísica; es decir, con una profundización en el carácter radical del ser personal.
Estos pocos ejemplos intentan mostrar la dificultad de encontrar a un pensador personalista, tal como lo entienden los teóricos del personalismo de nuestros días. Esto lleva a otros apologistas del personalismo a hablar de personalismo perfecto e imperfecto, con lo cual corroboran que su concepto de personalismo hace agua. Y en este afán de arqueología eidética, de rescatar las ideas, estos nuevos personalistas han ido olvidando que el objetivo era la persona y no las ideas. Pareciera que un exceso de personalismo nos viene ocultando a la persona. En esta línea cobra mucho sentido la afirmación de Paul Ricouer: “Muera el personalismo, viva la persona”.