Por: Carlos Masías Vergara
Profesor adscrito al Departamento de Ciencias Teológicas
Profesor adscrito al Departamento de Ciencias Teológicas
No existe nada peor para un término filosófico que ponerse de moda. Cuando se empieza a usar y abusar de él, se le vacía de sentido y puede significar tanto una cosa como su contrario. En la actualidad ocurre esto con el término personalismo. Pareciera, sobre todo para un sector de pensadores de confesión católica, que dicho término se ha convertido como en santo y seña del pensamiento confesionalmente correcto, de la doctrina aséptica de todo error modernista o relativista. Así se habla de antropología personalista, de filosofía personalista, de ética o bioética personalista, y podríamos añadir un largo etcétera, con lo que se cede a la pereza intelectual de pensar el pensamiento de otro, de no hacerlo propio, personal, íntimo por medio de la reflexión personal.
Desde un punto de vista historiográfico, el término personalismo fue usado en 1903 por Renouiver para designar a su filosofía; y no fue sino hasta 1930 –bajo el influjo de Mounier y Maritain- que adquiriría el sentido de pensamiento centrado en la persona, y dejaría de ser entendido como sinónimo de egocentrismo. En ambos autores, el término “personalismo” y más concretamente “personalismo comunitario” surgía como propuesta político-social para superar la crisis política surgida como consecuencia tanto del individualismo como del colectivismo.
Como el mismo Maritain dejara apuntado en La Persona y el Bien Común: “Para reaccionar por igual contra los errores totalitarios y contra los errores individualistas, era preciso y muy natural, oponer la noción de persona humana integrada como tal en la sociedad, tanto a la idea de Estado totalitario como a la idea de la soberanía del individuo. (…) No es que exista una doctrina personalista, sino más bien aspiraciones personalistas y como una docena de largas doctrinas personalistas que tal vez no tienen en común más que el nombre de persona, y de las que algunas tienden en mayor o menor grado hacia uno de los errores contrarios entre los cuales se colocan. Hay personalismos de carácter nietzscheano y personalismos de carácter proudhoniano, personalismos que tienden hacia la dictadura y personalismos que tienden hacia la anarquía.”
Es decir, si nos atenemos al sentido histórico de personalismo, al movimiento francés que surgió en torno a la revista Esprit, fundada por Mounier, el personalismo supone una convergencia de voluntades, no de doctrinas. Voluntades que intentaron, desde doctrinas distintas, fundamentar un nuevo humanismo sobre la base de la dignidad personal. El reconocimiento de la dignidad humana debía ser –según estos pensadores- el punto de partida de todo proyecto político y social que ayudara a superar la crisis que atravesaba la Europa de su época. Aparece así el personalismo “como movimiento más que como sistema doctrinal concreto y que, en tanto que «movimiento» se patentice más como fuente nutricia de sistemas que como sistema concreto y determinado” (Arias).
Sin embargo, para los apologistas del personalismo, son también personalistas los pensadores que surgieron dentro del movimiento fenomenológico y de mano de la filosofía de Scheler, tales como Peter Wust, Theodor Haecker, Edith Stein, Dietrich Von Hildebrand, entre otros. Estos intelectuales intentaron superar la kulturkrisis, revalorizando la noción cristiana de persona, y de allí que puedan ser considerado personalistas, aunque su reacción se dio en los años 20, es decir, mucho antes que el personalismo francés.
¿Qué tienen en común todos estos pensadores? ¿Hay alguna conexión entre el tomismo de un Maritain, el pensamiento neosocrático de Gabriel Marcel, la pneumatología de Ebner o la fenomenología de Edith Stein? Lo que hay de común es el interés de abordar las cuestiones prácticas –éticas, sociales y políticas- desde una perspectiva que considere central a la persona. Es decir, reclamaban un fondo metafísico para las cuestiones prácticas, pero a partir de esa intención, cada uno de estos pensadores emprendió su andar metafísico por su cuenta.
En este sentido, lleva mucha razón el malogrado Wojtyla cuando dice que «el personalismo no es tanto una teoría particular de la persona o una ciencia teórica sobre la persona. Posee un amplio significado práctico y ético: se trata de la persona como sujeto y objeto de la acción, como sujeto de derechos, etc.». Por eso, creo que se comete una simplificación cuando se intenta presentar al personalismo –que es más una actitud- como una filosofía nueva, que tendría sus notas distintivas. Contra esto habría que recordar aquel consejo de Haecker: «Guárdate de los que practican un modo de simplificación violento y superficial tanto en lo teórico como en lo práctico. En definitiva no hacen sino provocar la confusión más insalvable».