martes, 3 de junio de 2008

Dios en la poesía de Vallejo



Por: Luis Rivas Rivas
Docente adscrito al Departamento de Humanidades.



Vallejo en su poema “Dios” rectifica las irreverencias de “Los dados eternos”; pero, extrañamente, los estudiantes suelen conocer sólo este último. Como en el libro “Los heraldos negros” los textos referidos aparecen muy próximos, es evidente que la fuente consultada no ha sido el poemario de Vallejo, sino manuales o antologías, cuyos autores –a veces, sin saberlo– se limitan a repetir textos escogidos adrede por recopiladores ateos.

Los versos de Vallejo tienen siempre un núcleo de convergencia: el sufrimiento humano. Esto define su cosmovisión. Y la transposición poética de esa cosmovisión se expresa a través de frecuentes alusiones a la pasión de Cristo. Reminiscencias de lecturas bíblicas afloran en sus versos a cada instante. Explícitas o subyacentes. Como elementos temáticos o como ingredientes metafóricos o simbólicos. Desde el poema inicial, donde una referencia al sufrimiento humano (“las caídas hondas de los cristos del alma”) allega ecos de la vía dolorosa del Redentor hacia el Calvario, hasta el último poemario, en cuyo título palpitan resonancias trémulas del Getsemaní: “España, aparta de mí este cáliz”. Veamos algunos ejemplos:

“Dulce Corona de una testa inmensa, / que te vas deshojando en sombras gualdas! / Roja corona de un Jesús que piensa / trágicamente dulce de esmeraldas”. (“Deshojación sagrada”). “¡Oh, unidad excelsa! ¡Oh lo que es uno por todos! / Amor contra el espacio y contra el tiempo! / ¡Un latido único del corazón ; / un solo ritmo : Dios”. (Absoluta). “Y tu pena me ha dicho que Jesús ha llorado / y que hay un viernes santo más dulce que ese beso”. (El poeta a su amada). “Oh sol, llévala tú que está muriendo / y cuelga, como un Cristo ensangrentado, / mi bohemio dolor sobre su pecho.” (Oración del camino).”Padre, aún sigue todo despertando; / es enero que canta, es tu amor / que resonando va en la Eternidad”. (Enereida).

La abundancia de textos como éstos, revela cuán arraigadas estaban en Vallejo sus lecturas de la Biblia. Sin embargo, enfrentado con la experiencia del dolor humano, algunos versos se impregnan de amargura, como en “Los dados eternos”; cuyas irreverencias Vallejo rectificó en su poema “Dios”.

Mariátegui, en sus Siete ensayos, traza un certero deslinde entre estos dos poemas: “En Los dados eternos el poeta se dirige a Dios con amargura... Pero el verdadero sentimiento del poeta, hecho siempre de amor, no es éste. Cuando su lirismo, exento de toda coerción racionalista, fluye libre y generosamente, se expresa en versos como éstos:” (Cita luego el poema La de a mil, p. 314).

Ya Mariátegui (p. 313) había precisado: “Vallejo siente todo el dolor humano. Su pena no es personal. Su alma está ‘triste hasta la muerte’ de la tristeza de todos los hombres. Y de la tristeza de Dios, porque para el poeta no sólo existe la pena de los hombres. En estos versos nos habla de la pena de Dios: “(y cita el poema Dios):

“Siento a Dios que camina / tan en mí, con la tarde y con el mar./ Con él nos vamos juntos. Anochece. / Con él anochecemos. Orfandad. // Pero yo siento a Dios. Y hasta parece / que él me dicta no sé qué buen color. / Como un hospitalario, es bueno y triste; / mustia un dulce desdén de enamorado: / debe dolerle mucho el corazón. // ¡Oh, Dios mío, recién a ti me llego, / hoy que amo tanto en esta tarde; hoy / que en la falsa balanza de unos senos, / mido y lloro una frágil Creación. .// Y tú, cuál llorarás ... tú, enamorado / de tanto enorme seno girador... / Yo te consagro Dios, porque amas tanto; / porque jamás sonríes; porque siempre / debe dolerte mucho el corazón” (p. 313).

La intuición de Los dados eternos expresa que el hombre, frente al dolor, tiene un límite, allende el cual, se quebranta y obnubila. La Biblia misma nos surte ejemplos, como el de Job. Tras sus terribles y sucesivas tragedias no deja de bendecir y agradecer a Dios por todo lo que recibió aunque ya lo haya perdido. Pero cuando llega a su punto límite, exclama: “Perezca el día en que nací. Perezca la noche en que fui concebido”. Y Jesucristo, Dios-Hombre en voluntario sacrificio por amor a la humanidad, clama, desde la cruz del Calvario: “¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has desamparado?”.

Y precisamente a la luz de la pasión de Cristo, Vallejo sustenta su concepción de un Dios sufriente que “ama tanto” y “debe dolerle mucho el corazón”. Ya desde su infancia, Vallejo (como Benítez, su personaje de “Tungsteno”), “hojeaba el Evangelio según San Mateo, que su madre le enseñó a amar en todo lo que él vale para los verdaderos cristianos”.

J. Manuel Castañón, en Pasión por Vallejo, dice: “Este sublime Vallejo, creador de una simbología cristiana, que ya se respira en las emociones primeras de Los Heraldos Negros ... En adelante, invoque a Dios o no lo invoque, llevará siempre su aroma y estará en él –en Vallejo– hasta en su esdrújulo retiro”.

Uruguay González, organizador en Montevideo del Aula Vallejo, expresa, en un poema, una intuición muy próxima a la de Vallejo: “Dios es amor”, dice el Libro. / ¡Qué solo has de estar, Dios mío! / Yendo por ese camino, / pienso encontrarme contigo”.

En “Cómo leer a Vallejo”, comenta Alberto Escobar: “Recuérdese la contagiosa y conmovedora ternura de aquellos versos en que Vallejo confía la vecindad con que conoce a Dios; ... el Ser Divino padece por sus criaturas, y emerge precisamente a causa de ello, su pesar incesante, al comprender que el hombre sigue sufriendo. Dios también sufre, pues, de amor, como el hombre; y por amor al hombre”.


Y Alejandro Lora, en Hacia la voz del Hombre, precisa: “La santidad de Dios, para Vallejo, radica en su inexplicable pero visible capacidad de sufrimiento; en el milagro propio de Jesús, de querer ser –obedeciendo al Padre, pero eligiendo libremente el martirio, el Gólgota– el Hijo del hombre. Vallejo no ha podido apartarse en ninguna situación de su vida, de su aproximación a Dios. En las más precarias horas de su existencia, en los rincones más oscuros de la tierra, Dios, Cristo, el Señor, está presente en él “.