martes, 4 de noviembre de 2008

LAS HEREJÍAS DEL PENSAMIENTO (III)



Por: Carlos Masías Vergara
Profesor adscrito al Departamento de Ciencias Teológicas

«La paloma ligera –enseñaba Kant hace más de 200 años- que hiende en su libre vuelo los aires, percibiendo su resistencia, podría forjarse la representación de que volaría mucho mejor en el vacío». Con esto, el filósofo, limitaba el conocer humano al dato empírico; realizando así el trabajo de esquilador del ave divina de la razón, como poéticamente lo acusara Machado.

Kant fue un hereje insatisfecho de su propia herejía filosófica. Limitó el conocer a lo sensible, y después quiso traspasar ese límite para poder postular a Dios y la inmortalidad del alma; pero ese postulado no era ni la certeza que da la razón o la fe, sino pura esperanza ciega.

La herejía de los límites de la razón -afirmaba hace 10 años el Papa Juan Pablo II en la Fides et Ratio- «ha derivado en varias formas de agnosticismo y de relativismo, que han llevado la investigación filosófica a perderse en las arenas movedizas de un escepticismo general. Recientemente han adquirido cierto relieve diversas doctrinas que tienden a infravalorar incluso las verdades que el hombre estaba seguro de haber alcanzado.

La legítima pluralidad de posiciones ha dado paso a un pluralismo indiferenciado, basado en el convencimiento de que todas las posiciones son igualmente válidas. Este es uno de los síntomas más difundidos de la desconfianza en la verdad que es posible encontrar en el contexto actual».

Ante esa mentalidad, el entonces Papa, recordaba que «La fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad». El Papa salía en defensa de la razón y de su capacidad de alcanzar la verdad, y recordaba que era una vocación –un llamado- que se lanzaba a toda persona a través del asombro; porque el asombro es el origen del preguntar. «Nadie, ni el filósofo ni el hombre corriente, puede substraerse a estas preguntas.

De la respuesta que se dé a las mismas depende una etapa decisiva de la investigación: si es posible o no alcanzar una verdad universal y absoluta. De por sí, toda verdad, incluso parcial, si es realmente verdad, se presenta como universal. Lo que es verdad, debe ser verdad para todos y siempre» (Fides et Ratio).

El preguntar exige una respuesta. La búsqueda sólo tiene sentido si hay meta, y si a cada paso nos acercamos a algo, si en el horizonte va apareciendo poco a poco la meta. La búsqueda por la búsqueda es nihilista. «En otras palabras, [el preguntar] busca una explicación definitiva, un valor supremo, más allá del cual no haya ni pueda haber interrogantes o instancias posteriores.

Las hipótesis pueden ser fascinantes, pero no satisfacen. Para todos llega el momento en el que, se quiera o no, es necesario enraizar la propia existencia en una verdad reconocida como definitiva, que dé una certeza no sometida ya a la duda».

Al llamado de recuperar la confianza en la razón, el Papa sumaba el de confiar en la ayuda que presta la fe. «Para ayudar a la razón, que busca la comprensión del misterio, están también los signos contenidos en la Revelación. Estos sirven para profundizar más la búsqueda de la verdad y permitir que la mente pueda indagar de forma autónoma incluso dentro del misterio.

Estos signos si por una parte dan mayor fuerza a la razón, porque le permiten investigar en el misterio con sus propios medios, de los cuales está justamente celosa, por otra parte la empujan a ir más allá de su misma realidad de signos, para descubrir el significado ulterior del cual son portadores».

Diez años después, en medio de esa mentalidad que el actual pontífice ha catalogado de dictadura del relativismo, la propuesta del Papa sigue siendo actual. Sigue siendo necesario combatir las herejías del pensamiento, que no implica aunarse a una única forma de pensar, sino el confiar en la razón y en su capacidad de verdad.