lunes, 4 de febrero de 2008

EL HONOR Y LA FAMA


Por: Dr. Hugo Calienes Bedoya

Decano de la Facultad de Medicina

La “Gauden Spes” (24, 3) hace una importante declaración sobre la persona humana al afirmar que “es la única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por si misma”, tal tratamiento está enraizado en la verdad de su origen: creado a imagen y semejanza de Dios. A lo largo de la historia, los pensadores serios han defendido esta dignidad. Kant, se opone a cualquier tipo de instrumentalización y sostiene que el hombre nunca puede ser tratado como medio para algo puesto que es fin en si mismo. Para los creyentes cristianos, el amor a Dios sin el amor al prójimo (cuantificable) es insostenible. Para los que no profesan ninguna creencia religiosa, las cosas quizá no estén tan claras pero la solidaridad, el altruismo, el respeto por el buen nombre de los demás son valores que les merece toda consideración. Este breve resumen de la alta estima que goza la persona humana viene bien tenerlo siempre presente.

Hay unanimidad universal al admitir que lesionar al prójimo en la salud o en sus bienes fungibles merece castigo; el trámite que se siga para conseguirlo dependerá de la idiosincrasia de los pueblos y puede ir desde el método primitivo de hacer justicia con las propias manos a la denuncia formal ante la autoridad. Penosamente esta unanimidad no es tal cuando se lesiona el honor y la fama; para muchos no es delito punible. Más terrible es cuando se convierte en “el deporte favorito” de determinadas sociedades o grupos humanos: hablar mal de otro (persona o institución), mejor si goza de prestigio por el lugar que ocupa, es como una catarsis para sus frustraciones.

La dignidad de la persona, sea quien sea, exige un reconocimiento público precisamente por ser persona. Este reconocimiento es lo que llamamos derecho al honor y a la fama. Reputación que se puede violar cuando se afirma de palabra (o con el silencio cuando no se la defiende), ante otros, de un hecho falso o de hechos reales pero desfavorables para el sujeto. En el primer caso estamos ante una calumnia y en el otro, ante una detracción. Ambas, comúnmente, se las engloba en el término difamación.

La difamación es una grave falta contra la caridad y la justicia. El amor supone un deseo de bien (es) y de alabanza a los demás. La justicia exige reconocer la fama y el buen nombre, aun ante la existencia de defectos reales, de los otros.

Las personas no se agotan en una determinada acción, es decir nadie es calificado como ángel porque ha hecho una buena acción, ni como demonio porque ha cometido una falta como consecuencia de su heredada naturaleza herida. La riqueza de la persona humana es tan grande que ni el mismo San Pablo se considera capaz de juzgar a nadie: Dios es el único juez. Es en la familia, en el colegio y en la universidad donde se debe formar en el respeto por la intimidad de los demás.

“En cualquier hombre –escribe Santo Tomás de Aquino- existe algún aspecto por el que los otros pueden considerarlo como superior, conforme a las palabras del Apóstol “llevados por la humildad, teneos unos a otros por superiores” (Philip.II,3). Según esto, todos los hombres deben honrarse mutuamente. La humildad es una virtud que lleva a descubrir que las muestras de respeto por la persona –por su honor, por su buena fe, por su intimidad- no son convencionalismos exteriores sino las primeras manifestaciones de la caridad y de la justicia…” (1)

Ante la pregunta de cómo comportarse en todo momento con los demás, viene a pelo esta consideración: “San Agustín recomienda el siguiente consejo: procurad adquirir las virtudes que creéis que faltan en vuestros hermanos, y ya no veréis sus defectos, porque no los tendréis vosotros”. (2).

(1), (2), “EL Respeto Cristiano a la Persona y a su Libertad”, San Josemaría Escrivá, Rialp. Madrid 1977