Por: Guillermo del Piélago
Director de la Escuela de Administración de Empresas.
Estuve recientemente participando en un tertulia académica en la que participaban empresarios, directivos de Banca, catedráticos y dirigentes políticos; en dicha reunión se mencionaban los importantes logros que venía logrando el actual gobierno; y en especial se resaltaba los logros conseguidos contra el principal mal que aqueja a la mayoría de peruanos, es decir la pobreza; y que para seguir bajando los indicadores de la pobreza habría que emprender toda una cruzada nacional para erradicarla del todo; resaltando que sólo así saldremos del subdesarrollo.
Todo iba muy bien hasta que alguien irrumpió con un comentario que dejó atónitos y pensando a todos quienes participábamos de la reunión; al decir que ese (la pobreza) no era el principal problema de los peruanos; que el principal problema de la gran mayoría de peruanos era otro, llamado: envidia; es decir, que en el Perú más que gente pobre, hay gente envidiosa; de allí el famoso dicho que “el peor enemigo de un peruano, es otro peruano”; o aquel que dice: “al clavo que más sobresale, es el que más martillazos le meten”; o ese que dice: “sólo le tiran piedras al árbol que da frutos”; también lo decía el mismo Cervantes cuando escribe en su obra El Quijote: “..ladran Sancho, señal que avanzamos…”; como también la famosa anécdota de la diferencia entre una canasta de langostas peruanas con las alemanas; en la que éstas últimas hay que taparlas porque las alemanas se ayudan entre ellas; en cambio con las peruanas no será necesario taparlas porque en cuanto alguna empiece a surgir, las otras harán lo imposible para detenerla y no sobresalga.
Nuestro ponente tuvo rápidamente un amplio consenso entre los contertulianos cuando amplió su comentario al afirmar que los peruanos no sólo éramos –mayoritariamente- envidiosos; sino que este concepto incluía también todas sus ramificaciones y actitudes colaterales: como el de ser chismoso, “maletero”; intrigante, “rajón”, hipócrita y especialista en “meter puñaladas por la espalda”.
Profundizando sobre el tema encontré autores que dicen que “el envidioso procura aquietar su dolor disminuyendo en su interior los éxitos de los demás. Cuando ve que otros son más alabados, piensa que la gloria que se tributa a los demás se la están robando a él, e intenta compensarlo despreciando sus cualidades, desprestigiando a quienes sabe que triunfan y sobresalen. A veces por eso los pesimistas son propensos a la envidia”
También leí de un autor que: “La envidia lleva también a pensar mal de los demás sin fundamento suficiente, y a interpretar las cosas aparentemente positivas de otras personas siempre en clave de crítica. Así, el envidioso llamará ladrón y sinvergüenza a cualquiera que triunfe en los negocios; o interesado y adulador a aquél que le está tratando con corrección; o, como muestra de envidia más refinada, al hablar de ése que es un deportista brillante, reconocido por todos, dirá: «ese imbécil, ¡qué bien juega!»”.
Todo iba muy bien hasta que alguien irrumpió con un comentario que dejó atónitos y pensando a todos quienes participábamos de la reunión; al decir que ese (la pobreza) no era el principal problema de los peruanos; que el principal problema de la gran mayoría de peruanos era otro, llamado: envidia; es decir, que en el Perú más que gente pobre, hay gente envidiosa; de allí el famoso dicho que “el peor enemigo de un peruano, es otro peruano”; o aquel que dice: “al clavo que más sobresale, es el que más martillazos le meten”; o ese que dice: “sólo le tiran piedras al árbol que da frutos”; también lo decía el mismo Cervantes cuando escribe en su obra El Quijote: “..ladran Sancho, señal que avanzamos…”; como también la famosa anécdota de la diferencia entre una canasta de langostas peruanas con las alemanas; en la que éstas últimas hay que taparlas porque las alemanas se ayudan entre ellas; en cambio con las peruanas no será necesario taparlas porque en cuanto alguna empiece a surgir, las otras harán lo imposible para detenerla y no sobresalga.
Nuestro ponente tuvo rápidamente un amplio consenso entre los contertulianos cuando amplió su comentario al afirmar que los peruanos no sólo éramos –mayoritariamente- envidiosos; sino que este concepto incluía también todas sus ramificaciones y actitudes colaterales: como el de ser chismoso, “maletero”; intrigante, “rajón”, hipócrita y especialista en “meter puñaladas por la espalda”.
Profundizando sobre el tema encontré autores que dicen que “el envidioso procura aquietar su dolor disminuyendo en su interior los éxitos de los demás. Cuando ve que otros son más alabados, piensa que la gloria que se tributa a los demás se la están robando a él, e intenta compensarlo despreciando sus cualidades, desprestigiando a quienes sabe que triunfan y sobresalen. A veces por eso los pesimistas son propensos a la envidia”
También leí de un autor que: “La envidia lleva también a pensar mal de los demás sin fundamento suficiente, y a interpretar las cosas aparentemente positivas de otras personas siempre en clave de crítica. Así, el envidioso llamará ladrón y sinvergüenza a cualquiera que triunfe en los negocios; o interesado y adulador a aquél que le está tratando con corrección; o, como muestra de envidia más refinada, al hablar de ése que es un deportista brillante, reconocido por todos, dirá: «ese imbécil, ¡qué bien juega!»”.
Lamentablemente no hay (ni habrán) estadísticas, ni datos objetivos para saber si en el Perú hay más envidiosos que pobres; pero usted amigo lector. ¿Qué opina?