miércoles, 9 de enero de 2008

¿MOTIVOS PARA LA EUTANASIA?

La Eutanasia, lamentablemente, es un tema de debate actual; más encendido en las sociedades opulentas que batallan por incorporarla a la rutina diaria y, subrepticiamente en aquellas, que si bien no han logrado ese nivel de vida superior al deseable, quieren darle cabida como previsión futura, movidos por la mentalidad anti-vida del postmodernismo.

Como es bien sabido, el término eutanasia en su sentido etimológico (buena muerte) ha dejado de utilizarse. El significado actual de este término se refiere a la conducta (acción u omisión) intencionalmente dirigida a terminar con la vida de una persona que tiene una enfermedad grave e irreversible, por razones compasivas y en un contexto médico.

Como un modo de hacer amable el término eutanasia, para luego aceptar su contenido, se ha introducido artificialmente la distinción entre eutanasia activa (acción), que sí sería un atentado contra la vida y eutanasia pasiva (omisión), como una alternativa correcta para defender al paciente contra el llamado “encarnizamiento terapéutico” y como una manera de respetar su derecho a rechazar tratamientos. También dentro de la eutanasia pasiva, procuran incluir el derecho a permitir terapias del dolor que puedan indirectamente acortar la vida (acciones de doble efecto), cuando este tipo de tratamientos, con el apropiado asesoramiento, son éticamente válidos.

El valor intrínsico de la vida humana es un bien absoluto y su disponibilidad esta por encima de las opiniones humanas y de todo tipo de legislaciones: el positivismo de nuestra época, no pueden hacer moralmente buena una acción de suyo inmoral; este consenso sería ilícito. Nunca se puede ir contra la ley natural. Utilizar el argumento de la libertad, de la libre disposición de la propia vida, es una vil falacia. Para poder ser libre hay un requisito indispensable previo: vivir. Sin vida no hay libertad.

¿Qué se esconde tras esa pretendida compasión con el enfermo sufriente o con el anciano que ya no puede “gozar de la vida”, ni tener “calidad de vida” (frases interpretadas con parámetros hedonistas) y que llevan a plantear la eutanasia?. Aunque suene duro, podemos resumir la respuesta con otro término (tan triste como el de eutanasia): egoísmo. Cuando el yo se agiganta no queda espacio para los demás. El utilitarismo se convierte en la norma que avala y mide las relaciones interpersonales. Hay horror al sufrimiento, el dolor se hace inaceptable y verlo en los otros resulta incomodo.

Benedicto XVI, en su reciente carta Encíclica, “SPE SALVI”, nos recuerda una realidad: “Al igual que el obrar, también el sufrimiento forma parte de la existencia humana. Este se deriva, por una parte, de nuestra finitud y, por otra, de la gran cantidad de culpas acumuladas a lo largo de la historia, y que crece de modo incesante también en el presente” (1). El sufrimiento ciertamente entro en la historia de la humanidad con la caída de nuestros primeros padres y lo recibimos como herencia hasta la consumación del mundo. Por esta razón es parte de la existencia humana. “Podemos tratar de limitar el sufrimiento, luchar contra él, pero no podemos suprimirlo. Precisamente cuando los hombres, intentando evitar toda dolencia, tratan de alejarse de todo lo que podría significar aflicción, cuando quieren ahorrarse la fatiga y el dolor de la verdad, del amor y del bien, caen en una vida vacía en la que quizá ya no existe el dolor, pero en la que la oscura sensación de la falta de sentido y de la soledad es mucho mayor aún” (2). En el hipotético caso de que se consiguiera eliminar el dolor físico, no puede evitarse el dolor moral, precisamente porque somos libres y el ejercicio de la libertad siempre será impredecible.

Ante una persona portadora de una severa incapacidad, ante un enfermo terminal o, ante una ancianidad llena de limitaciones, el camino más corto no es la eutanasia. “Lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito” (3). La experiencia de millones avala la afirmación de que cuando una persona, en las condiciones descritas, recibe amor del prójimo, se niega a la eutanasia y ve en su situación la oportunidad conseguir la ansiada purificación final. “La grandeza de la humanidad esta determinada esencialmente por su relación con el sufrimiento y con el que sufre. Esto es válido tanto para el individuo como para la sociedad. Una sociedad que no logra aceptar al que sufre y no es capaz mediante la com-pasión a que el sufrimiento sea compartido y sobrellevado también interiormente, es una sociedad cruel e inhumana” (4) En el Perú no queremos llegar a ser calificados de esta manera.
(1), (2), (3), (4), “SPE SALVI”, 35-38, S.S. Benedicto XVI, Epiconsa 2007
Por: Dr. Hugo Calienes Bedoya

Decano de la Facultad de Medicina USAT