lunes, 28 de enero de 2008

LA CONQUISTA DE LA LIBERTAD

Por: Dr. Hugo Calienes Bedoya
Decano de la Facultad de Medicina

La libertad es el don más grande que el ser humano ha recibido y que lo hace indiscutiblemente superior, y radicalmente distinto, a todas las demás criaturas creadas. El hombre lleva miles de años sobre la tierra y todavía para muchos la libertad aparece rodeada de oscuridades y mal interpretaciones, cuando toda ella es luminosidad, portadora del germen de la felicidad por su inseparable vínculo con la verdad. Si algunos la encuentran llena de contrasentidos es porque la ven solo como algo fascinante (una obra de arte) y no como lo que es, una diaria y personal conquista. Conquista que reclama el uso de unas determinadas armas, sin ellas nadie puede asegurar su posesión perpetua: “la libertad del ser humano es siempre nueva y tiene que tomar siempre de nuevo sus decisiones” (1).

No quiero referirme a la definición más corriente y de conveniencia, “hacer lo que me da la gana”, porque es un simplismo que destroza la libertad. Una de las definiciones más profundas, de esta propiedad de la voluntad humana, es la de ser medio que conduce al logro de la ansiada y relativa felicidad terrena y pasaporte para la plena felicidad eterna. Por nuestra finitud y temporalidad la libertad no puede ser absoluta, precisa de unas condiciones que las personas olvidamos con frecuencia y que están relacionadas con el plan querido por Dios para cada uno. Se será más plenamente libre en la medida que las decisiones humanas conecten más íntimamente con este plan que la recta razón está en condiciones de conocer.

Lo dicho hasta ahora plantea una disyuntiva. ¿O, aceptamos que somos hijos de Dios y por tanto tenemos que hacer un buen uso de esta facultad acorde con tal dignidad, o prescindimos de El y manejamos la libertad como un poder al antojo de las cambiantes circunstancias personales y sociales? De la respuesta que se obtenga el uso de la libertad será liberador o esclavizante, aunque se afirme a grandes voces que se es libre. “Digámoslo ahora e manera muy sencilla: el hombre necesita a Dios, de lo contrario queda sin esperanza” (2.) Benedicto XVI, es enfático, “Por tanto, no cabe duda de que un reino de Dios instaurado sin Dios –un reino, pues, solo del hombre- desemboca inevitablemente en el final perverso de todas las cosas descrito por Kant…” (3). Una libertad que prescinda del plan liberador que Cristo ganó para cada uno tiene este trágico final.

Con el ejercicio de la libertad el hombre se auto conduce, se realiza, lleva a cabo las metas forjadas. La libertad no es una ficción, como afirman los deterministas. Sin embargo “la libertad no se basta a si misma: necesita un norte, una guía” (4). La ley natural, amplia ley marco en la que se desenvuelve el hombre y que le garantiza la consecución de la felicidad, reclama un saber hacer que lo resume la regla de oro aceptada por todos los vivientes: “hacer el bien y evitar el mal” o “no hagas a otro lo que no quieres que hagan contigo”.

Libertad y responsabilidad (la otra cara de la moneda), forman una unidad. El dicho popular, “tirar la piedra y esconder la mano”, es el mejor ejemplo de mal uso de esta cualidad, que no es libertad sino vicio, defecto; riesgo que corre y asume la libertad. Responder de los propios actos, dar la cara por ellos, por inicuos que sean, es lo correcto de la persona que no está dispuesta a hacer componendas con la verdad, sustento de la libertad. Como bien dice Polo, la libertad no puede confundirse con la autonomía, ni con la arbitrariedad: es absolutamente imposible una libertad solitaria. Si no se asumieran responsabilidades, no se podría hablar de libertad

La diaria conquista de la libertad requiere de las armas que le proporcionan las virtudes morales y especialmente, la prudencia (inteligencia en el obrar), la fortaleza (no cejar ante nada por la consecución del bien), la humildad y la sinceridad (reconocer errores y estar dispuesto a enmendarlos aunque el precio que se pague por ellos sea una mayor humillación).
“La libertad debe ser conquistada para el bien una y otra vez”, es la petición de Benedicto XVI en la “SPE SALVI”, de lo contrario se corre el riesgo de convertirse en personas que “hacen barricadas con la libertad. ¡Mi libertad, mi libertad! La tienen, y no la siguen; la miran, la ponen como un ídolo de barro dentro de su entendimiento mezquino, ¿Es eso libertad? ¿Qué aprovechan de esa riqueza sin un compromiso serio, que oriente toda la existencia? (5).

(1), (2), (3), Benedicto XVI, “Spe Salvi”, Epiconsa, XI.07
(4), (5), S. Josemaría Escrivá, “La Libertad Don de Dios”, Rialp, Madrid 1977