Por: Hugo Calienes Bedoya
Decano de la Facultad de Medicina
A pesar de las constantes crisis que ha sufrido la Universidad –como institución- a través de los siglos, ser profesor universitario –catedrático- es una de las profesiones más prestigiadas en el mundo entero. El razonamiento seguido por las personas, ajenas al mundo universitario, para tener tan en alto a estos profesionales, es muy lógico: si pueden convertir a un regular estudiante, que acaba de terminar la secundaria, en un maduro profesional, es sin duda porque poseen todas las competencias para lograrlo y, sin ser ofensivo para nadie, se supone que intelectualmente están por encima de la media de los demás profesionales.
Leonardo Polo[1] explica que el quehacer fundamental del profesor universitario es ofrecer a la sociedad, como producto, “el saber superior”. “El saber superior no es simplemente cuestión de enseñanza. El saber superior se caracteriza porque por una parte es aquello a lo que se ha llegado en la larga y fecunda acumulación del saber logrado a lo largo de la historia” y, por eso mismo, no es algo estático, fijo, sino que está “inexorablemente abierto al futuro, es decir, tiene que ser incrementado... Por lo tanto, el profesor universitario no funciona sólo con un saber adquirido, no se limita a administrar el saber, a impartirlo, no es el tercer nivel de enseñanza, eso no es verdad. Si la universidad aceptara ser eso se desmoronaría, dejaría de ser universidad y los profesores dejarían de ser universitarios, serían simplemente buenos profesores en el sentido de estar relacionados con los alumnos”.
Efectivamente, ser profesor es el reto más importante que puede plantearse un profesional. Responde a una clara vocación de servicio, vocación que no es reductiva al hecho de impartir unos conocimientos o impulsar a realizar determinados trabajos de investigación sino que, por ser holística, tiene que abarcar la totalidad de las dimensiones del universitario. Aquí radica la fundamental distinción entre el trabajo de una Universidad y el de una “fabrica” de títulos.
“Los años de actividad intelectual y de convivencia humana transcurridos durante los estudios de una carrera, el modo de ser del ambiente y de la vida entera de una Universidad, dejan un poso que se manifiesta en rasgos difíciles de describir, que configuran en conjunto lo que se ha dado en llamar estilo, talante o espíritu universitario, algo no bien definible, pero fácilmente apreciable, que permite descubrir a quien ha cursado estudios superiores. Son rasgos de carácter intelectual y cultural en amplio sentido, que contribuyen a configurar la propia personalidad y que deben reflejarse en la conducta, poseen trascendencia ética”.[2]
El “talante universitario”, constitutivo del “alma Mater”, no se adquiere simplemente con pisar físicamente la universidad, requiere de expertos maestros que, vocacionalmente, estén dispuestos a darse íntegros en esta tarea formativa. No puede dejar de considerarse que el “alma Mater” que imprime la universidad, en el espíritu del universitario, no es un “algo etéreo”, es la axiología de la propia universidad (en esta caso, la de la USAT) y que precisa del concurso activo del profesor universitario (su ejemplo y su palabra) para transmitirla, transversalmente, durante los años que dura la etapa universitaria. Esta axiología conformará la personalidad del futuro profesional, le dejará una impronta y una peculiar manera de desenvolverse en la vida: la Universidad habrá cumplido así su misión.
Un profesor universitario sabe que “las profesiones –y en especial, la suya- surgen y se perfeccionan al servicio de los grupos humanos en los que aparecen. No son, pues, solo ni principalmente la voluntad particular y el interés egoísta los agentes que plasman su función”.[3]
“Por eso no es profesor universitario el advenedizo, el que aparece de vez en cuando, cuyo centro de interés se encuentra en otro tipo de actividad. En ciertas coyunturas hay que acudir a este tipo de personas, pero el universitario a ratos, no es un universitario.
La profesión del profesor universitario es incompatible con el carácter eventual, o secundario, justamente por la importancia radical del profesorado. Ser profesor universitario es un modo de ser, y crea carácter. Si se desdibuja ese carácter, si no se desarrollan las virtualidades que se desprenden de él, entonces la Universidad languidece, su existencia es puramente nominal”.[4]
¿Hay lugar para considerar la carrera universitaria como el “plus” económico que ayuda a completar la canasta familiar?, o, ¿cómo el sitio donde, hoy por hoy, se brinda más oportunidades de trabajo que la empresa pública o privada? Sencillamente, no. Las personas que enfoquen su futuro profesional de esta manera no tienen espacio en la Universidad y será ella misma, su dinámica, quien los “expulsará” como lo hace el organismo sano ante la presencia del cuerpo extraño.
[1] L. Polo, “El Profesor Universitario” colección “algarrobo” Nº 42, UDEP, Piura 1996
[2] F.Ponz , “Aspectos Deontológicos del Universitario”, Universidad de Navarra, España
[3] H. Delgado, “Enjuiciamiento de la Medicina Psicosomática”, UPCH, Centro Editorial, 2da Edición, marzo, Lima 2004
[4] L. Polo, “El Profesor Universitario” colección “algarrobo” Nº 42, UDEP, Piura 1996