Lic. Carlos Agustín Masías Vergara
Profesor adscrito al Dpto. de Cs. Teológicas
Profesor adscrito al Dpto. de Cs. Teológicas
Hace algún tiempo escribí que “verdad y realidad son dimensiones distintas; pero que se relacionan”. La relación que suele existir entre lo real (donde existen cosas) y lo mental (donde hay verdad), es el de adecuación. Adecuación no quiere decir identidad, porque la idea no es idéntica a la realidad. Tomás de Aquino manifestó este punto en una frase interesante: “el fuego pensado no quema, el fuego real sí”.
Podría continuarse el pensamiento del Aquinate diciendo que el caballo pensado no relincha, o el perro pensado no ladra… sin embargo, ¿qué importancia pueden tener esas afirmaciones de Perogrullo? La importancia de este aparente juego se evidencia cuando deja de pensarse caballos o fogatas, y se intenta pensarse uno mismo, tratando de averiguar quién es.
La respuesta a la pregunta quién soy, suele ser yo. Sin embargo, el yo no es quien soy, el yo es lo que conozco de mí mismo. “El yo es, por así decir, la idea que uno se forma de sí” (Sellés). Pero así como mi idea de fuego no se identifica con el fuego real, de igual manera la idea que tengo de mí mismo no se identifica con mi ser, no soy mi yo; pues el yo pensado ni piensa, ni ama, ni siente, mientras que mi ser personal piensa, ama, siente…
En esta época de insensatez, se busca la autoestima en una especie de autoafirmación del yo hasta confundirlo con la persona. En general todo “auto-” entraña un ocultamiento de la persona, porque la persona se manifiesta en su apertura a los demás, sobre todo en la apertura a Dios, y no en esos ejercicios de “ombliguismo” tan de moda en muchos libros de autoayuda. “Ceder a la autoafirmación del yo es pactar con la peor ignorancia: una ignorancia no sobre temas o realidades, sino sobre la persona que uno es” (Sellés).
Podría continuarse el pensamiento del Aquinate diciendo que el caballo pensado no relincha, o el perro pensado no ladra… sin embargo, ¿qué importancia pueden tener esas afirmaciones de Perogrullo? La importancia de este aparente juego se evidencia cuando deja de pensarse caballos o fogatas, y se intenta pensarse uno mismo, tratando de averiguar quién es.
La respuesta a la pregunta quién soy, suele ser yo. Sin embargo, el yo no es quien soy, el yo es lo que conozco de mí mismo. “El yo es, por así decir, la idea que uno se forma de sí” (Sellés). Pero así como mi idea de fuego no se identifica con el fuego real, de igual manera la idea que tengo de mí mismo no se identifica con mi ser, no soy mi yo; pues el yo pensado ni piensa, ni ama, ni siente, mientras que mi ser personal piensa, ama, siente…
En esta época de insensatez, se busca la autoestima en una especie de autoafirmación del yo hasta confundirlo con la persona. En general todo “auto-” entraña un ocultamiento de la persona, porque la persona se manifiesta en su apertura a los demás, sobre todo en la apertura a Dios, y no en esos ejercicios de “ombliguismo” tan de moda en muchos libros de autoayuda. “Ceder a la autoafirmación del yo es pactar con la peor ignorancia: una ignorancia no sobre temas o realidades, sino sobre la persona que uno es” (Sellés).
Así, es común ir escuchando a gente decir “yo soy así”, para justificar defectos y vicios que podría cambiar. Confundiéndose con su yo, se cierra a todo cambio, cayendo en actitudes de soberbia. El soberbio ve solamente lo que quiere ver, y cierra su mirada. Es una ceguera que nos impide acceder al núcleo personal, y por ende nos cierra a la trascendencia. ¿Cuál es el mejor remedio? El olvido de sí, el abandono de su yo; pues parafraseando al Maestro, se podría decir: Quién pierda su yo, se encontrará.