Por: Dr. Juan Pablo Moreno Muro
Profesor adscrito al Dpto. de Cs. de la Educación
La calidad de la educación ha vuelto a tomar vigencia en nuestro país como consecuencia de los resultados de las últimas evaluaciones practicadas por el Ministerio de Educación a los docentes en servicio. Y el tema es analizado y comentado desde diversas perspectivas, según el interés o conocimiento de quienes lo abordan. En nuestro caso, deseamos compartir nuestras reflexiones en torno al factor docente, el mismo que es considerado por algunos investigadores como clave en el logro de los niveles de calidad educativa deseados.
Sin desconocer la importancia y relevancia de las políticas del gobierno respecto a la formación inicial y continua de los docentes, o al sistema de evaluación, o a las remuneraciones, o a otros factores, concentremos nuestro interés, por un momento, en la praxis misma de los profesores. La mayoría asume el ejercicio de su profesión en el marco del paradigma pedagógico predominante o asumido por el Ministerio de Educación o la institución en la que se desempeña (caso de las universidades); unos pocos, asumen y hacen lo posible por contribuir a la aceptación de algún nuevo paradigma; pero muchos sencillamente no están preocupados y, por tanto no hacen nada, por identificar el marco teórico en que se inscribe su concepción de la educación y, a partir de ella, los objetivos, contenidos, estrategias metodológicas, recursos y formas de evaluación que emplean en el desarrollo de su labor. Como consecuencia, se hace difícil –si no imposible- la evaluación de los resultados obtenidos y, por tanto, determinar el nivel de calidad.
Consideramos que la atención que deben brindar los docentes a los componentes curriculares señalados implica una actitud investigadora que les garantice estar permanentemente actualizados, por su propio interés y acción, respecto del desarrollo y tendencias de los enfoques pedagógicos, particularmente en lo que concierne al nivel y área en que se desempeñan. La actitud investigadora que consideramos indispensable se nos presenta en dos dimensiones o áreas, a saber: una, la que corresponde a la disciplina o especialidad del docente y que no es otra cosa que la investigación científica especializada; la otra, ubica a la educación –o práctica pedagógica, si se quiere- como su objeto de estudio. En el caso de los docentes universitarios, esta actitud constituye, adicionalmente, un compromiso moral, por ser la universidad el centro de investigación (creación, re-creación, difusión de nuevos conocimientos científicos) por excelencia.
El análisis precedente conduce a plantear la necesidad de políticas institucionales que concreten una “cultura investigativa” a todo nivel. Es decir, en este contexto, resulta imposible separar la docencia de la investigación. Investigación y docencia se convierten en los dos elementos de un mismo concepto que sintetiza el proceso educativo. En otras palabras, no puede ejercerse la docencia, en ningún nivel, si no se tiene clara una concepción de la educación, si no se conocen las tendencias didácticas en el nivel y área del docente y, por supuesto, si no se está actualizado en cuanto al desarrollo de las ciencias propias de su especialidad.
En síntesis, la vocación docente implica la responsabilidad de concretar el más alto nivel de congruencia entre el conocimiento científico de la especialidad, el de la Pedagogía y nuestra práctica diaria, particularmente para quienes tenemos el privilegio de ser profesores universitarios.