viernes, 23 de octubre de 2009

Homilía del Cardenal Juan Luis Cipriani Thorne “HOMENAJE AL SEÑOR DE LOS MILAGROS”


Por: Cardenal Juan Luis Cipriani Thorne
Atrio Basílica Catedral de Lima
Domingo, 18 de octubre de 2009
Fuente: Arzobispado de Lima.


Queridos hermanos:

La imagen del Señor de los Milagros nos lleva, en primer lugar, a pensar en el misterio de la encarnación, en ese Dios que se hizo hombre, que vivió treinta años en la humilde familia de Nazaret, que fue confiado a la custodia de María y de José.

Por eso, cuando contemplamos la imagen del Señor de los Milagros cada uno vuelve la mirada a su propia familia, a sus padres, a sus hijos. Mi pensamiento se dirige ahora a todas las familias con sus alegrías, con sus dificultades. Elevamos nuestra oración invocando al Señor de los Milagros para que nos conceda el don de la unidad, de la concordia para todas las familias; especialmente las familias jóvenes, que deben esforzarse tanto para dar a sus hijos seguridad y un futuro digno.

Por los matrimonios jóvenes

Hermanos, esta imagen ha acompañado la historia de miles, de millones de jóvenes, a lo largo de estos cuatrocientos años. Contemplando la mirada de Jesús en la cruz, le digo a esas parejas jóvenes, a esos matrimonios jóvenes: ¡no tengan miedo a la vida!

Le pedimos al Señor por las familias que tienen enfermedades o dificultades económicas, o que pasan por una crisis, o que viven en estos momentos desunidas o desgarradas por discordias o por la infidelidad; a todas las encomendamos al Señor de los Milagros, sabiendo que es muy importante la estabilidad, la concordia de la unidad familiar, para el verdadero progreso de la sociedad y para el futuro de la humanidad.

Señor, nos dirigimos a ti, ¡Cómo necesitan los hijos el amor, la compañía y el ejemplo de sus padres! ¡Cómo necesitan los padres, el cariño, la cercanía y el apoyo de sus hijos! ¡Esas maravillosas abuelas que muchas veces son el soporte de las familias! Te pedimos, Señor, que nos des fortaleza, que nos des ánimo, que todo tiene arreglo. Miremos con fe a esta imagen, elevemos ese corazón a Jesús. Si la contemplas verás en el rostro de Jesús la ternura del rostro ¡doliente!

El dolor es compañero de la vida, aunque hoy la sociedad quiera construirnos un espejismo en el que no hay dolor, ¡eso es falso! Casi diría yo que el dolor es prueba evidente del amor, en esos momentos de dificultad ¡Cómo, si no, ha surgido esa fuerza que nos une y nos anima a cuidar al hijo más enfermo, a la abuelita más delicada!

Esos ojos de Jesús, ese rostro doliente del Señor de los Milagros nos dice a todos ¡Cuánto los quiero! ¡Cuánto los cuido! ¡Cuánto espero de ustedes! Todos, hermanos, somos hijos de Dios. Que nuestra sociedad comprenda esta realidad: que cada persona vale, ¡no por lo que tiene!, lo decía el Papa Juan Pablo II, ¡aquí en esta Plaza!, sino por lo que es: ¡imagen de Dios, hijo de Dios! ¡ricos y pobres! ¡pequeños y mayores! ¡El gran valor de la dignidad de la persona!


La vida humana es sagrada

Con enorme respeto, con gran misericordia, queremos ver en el rostro de cada ser humano, sin distinción de raza ni de cultura, queremos ver tu imagen, Señor de los Milagros. Y esto vale especialmente para los niños predilectos de Jesús. Cuántos niños –y lo decimos con mucho dolor- no son amados, no son acogidos ni respetados, cuántos niños son víctimas de la violencia, de la explotación.

Tenemos que respetar y promover más el respeto privilegiado hacia los niños, no se olviden, todos hemos sido niños, ¡todos! Los niños son el futuro, la esperanza de una sociedad; por eso, Señor de los Milagros ¡con una conmoción fuerte!, pienso en los niños por nacer, ¡y te los encomiendo, Señor! ¡Dale fortaleza a las madres, a los padres! ¡Dales fortaleza a quienes dirigen la sociedad para recibir con los brazos abiertos a esas mujeres valientes que nos trajeron al mundo! ¡A esos niños por nacer, los acogemos con los brazos abiertos!

No podemos hacer nunca causa política de la defensa de la vida, está mucho más arriba que cualquier discusión política, ideológica o religiosa. ¡Es la vida, es el fundamento, es el cimiento! La vida del pobre, del pequeño, del enfermo, del minusválido, ¡Toda vida es sagrada!

La vida de nosotros, en cierta manera, es como una procesión; la vida de cada uno de nosotros, desde el primer instante hasta que termina nuestro paso por el mundo, es una procesión. Hay momentos en que el Señor me pide, ‘pon el hombro’, y es el peso de una dificultad, de un dolor; ¡pero con qué gozo cargan nuestros queridos hermanos el anda! Nadie piensa que es un peso, es ¡un honor, un gozo, una alegría!

Hay momentos de la vida, que Jesús te dice ‘lleva un poco el peso de esta cruz’, hay momentos en que se eleva el canto con estas voces maravillosas de las cantoras, que con una extraordinaria fuerza le cantan al Señor. Otras veces, somos sinceros: ‘Señor, me encuentro lejos, cansado’; o pasas cercano a mí, me miras y despiertas en mí ese amor que estaba durmiendo ¡hay de todo!

Niños y jóvenes: ¡sean amigos de Jesús!

Él nos pide: ¡Acompáñame en esa procesión, yo estaré siempre junto a ti! Yo le digo a esos jóvenes, niños, predilectos del corazón del Señor de los Milagros, respondan a ese amor de Dios con obediencia, con amabilidad, con amor al prójimo. ¡Sean consuelo de sus padres!, ¡sean amigos de Jesús!, ¡vivan una vida limpia, un amor hermoso, en donde florezcan esos matrimonios maravillosos! ¡Respeten el santuario de la vida, respetando sus cuerpos! Recen por ustedes mismos y también recen por su Pastor y por todos los obispos y por todos los que nos toca tener la responsabilidad de tomar decisiones, que tengamos la paz, el coraje, la lealtad de defender valores. Tal vez es difícil, pero debemos hacerlo, por nosotros y por la siguiente generación.

San Lucas evangelista –hoy es su fiesta- nos dice que el Señor sale, como ha salido hoy del Santuario y se encuentra con él. Jesús llama a la puerta y te pide ‘quiero ser tu amigo’, y te ofrece amor, amor con amor se paga, esta dimensión que el Papa llama de la gratuidad, ¡dar de lo tuyo!

La fe cristiana es el encuentro con Cristo. El corazón, cuando se abre a esos proyectos divinos, entra en un gozo, en una paz, que el Señor bendice con mucha generosidad. Queremos un país grande, unido, próspero. Todo esto se apoya en la familia, en la vida, en los jóvenes, en los niños. A veces escucho que la Iglesia católica quiere modelar a la sociedad a su antojo ¡No! ¡Queremos defender la vida! ¡Queremos defender la dignidad de toda persona! ¡Estos valores no son parte de ningún programa político, sino de la esencia de la dignidad de una sociedad!, ¡una sociedad que no protege la vida está muy enferma!

La Iglesia Católica no pretende delinear ni darle clases a nadie, ¡pero levanta la voz en nombre de esos niños pequeñísimos, que desde el primer momento de la concepción están en el vientre de su madre! ¡En nombre de ellos, que no tienen voz, nosotros decimos: aquí estamos, aquí te acogemos, te damos fuerzas, te acompañamos, porque nuestra madre tuvo la grandeza de traernos al mundo! ¡Por eso estamos aquí! ¡Benditas sean esas madres!

Queridos jóvenes, tomamos conciencia de nuestro bautizo, por ese bautizo el Señor nos ha incorporado a su familia. La mayoría de ustedes estarán llamados a esa vocación del matrimonio, ¡prepárense bien! Algunos, el Señor los ha llamado a la vocación sacerdotal y religiosa.

Le pido al Señor, en este Año Sacerdotal, que los sacerdotes seamos discípulos tuyos, que hablemos de Dios. Cuando me dicen que hablo de política ¡No sean cínicos! ¡Yo defiendo la vida que es un valor mucho más alto que el de la política! ¡Yo defiendo la justicia que es un valor mucho más alto que la política! ¡No se apropien de los valores de la sociedad llamándolos políticos! ¡La Iglesia tiene una voz al servicio de la verdad!

¡Bendita sea nuestra madre que nos trajo al mundo! ¡Bendita, seas tú María, que trajiste a Jesús al mundo! ¡Bendita, seas tú, María, mujer eucarística! ¡Tú ya escuchaste las amenazas de Herodes! ¡Siempre habrá en el mundo Herodes! ¡Siempre habrá gente que está buscando al niño para matarlo!

Nosotros nos unimos a esas mujeres, a esas dificultades, extendemos la palabra de perdón, tenemos el gesto de apoyo, “el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra” y a ninguno se le ocurrió levantar una piedra. Esto se repite hoy, hermanos.

Le pedimos a nuestra madre ¡Sé fortaleza de las mujeres y los hombres! ¡Custodiemos la vida, desde el primer instante de la concepción hasta la muerte natural! Y al mismo tiempo, hagamos un enorme esfuerzo magnánimo de misericordia para acoger aquellas mujeres, a aquellas familias que pasan por este terrible trance para que también encuentren un corazón que las acoge, un médico que las ayuda, un hospital que las atiende, una familia que les da el calor.

Creo que Jesús nos acompaña hoy, nos bendice, y nos pide como dice el himno del Señor de los Milagros: “Hagamos grande nuestro Perú”.

Así sea.