miércoles, 22 de abril de 2009

UNA EDUCACIÓN PARA EL AMOR DESDE EL HOGAR (II PARTE) “LA IDENTIDAD SEXUAL”


Por: Claudia Ruiz Salaverry
Instituto de Ciencias para el Matrimonio y la Familia

¿Cómo se opera el desarrollo sexual de nuestros hijos? Esa es la pregunta que quedó planteada en el artículo anterior y hoy intentaré resolver, al menos en lo que respecta a los primeros 10 años de vida.

Conviene partir de una idea básica, aunque evidente: Los seres humanos no somos “algo” sino “alguien”. Esta verdad tiene infinitas implicancias entre las que se halla el hecho de que la calidad de persona reclama de los demás el ser reconocido por sí mismo y por lo demás como un ser único e irrepetible, con dignidad y valor propios, con un Yo que exige profundo respeto.

Queda evidenciada así la necesidad de valorar convenientemente cada uno de las dimensiones personales de nuestros hijos y prestar atención a sus procesos evolutivos que son los que marcarán su vida futura y harán posible su realización personal.

Durante los seis primeros años de vida, se operan una serie de cambios, quizás los más importantes y radicales de toda la existencia. Todos los estímulos del ambiente servirán para fortalecer el sistema neurológico; el desarrollo humano se opera de manera ininterrumpida; el infante atraviesa unos períodos sensitivos en los que conviene fijar ciertos hábitos que fortalezcan su voluntad como el orden y la sinceridad. Todo se mueve paso a paso.

Este es un período muy importante también porque es en esta etapa en la que la persona se hace consciente de su diferenciación sexual. El niño de tres a cinco años no alcanza todavía un conocimiento cabal de su condición de ser sexuado como ocurrirá en la adolescencia o adultez; sin embargo se da cuenta de las diferencias que existe entre las personas, entre niños y niñas, entre papá y mamá.

Estamos frente a un aprendizaje espontáneo en el que descubre paulatinamente que él es hombre y ella es mujer. Pero esa espontaneidad del proceso se ve reforzada por la educación paterna y materna respecto a las experiencias que les facilitamos a fin de que ellos refuercen esa noción básica llamada identidad sexual.

Desde el nacimiento conviene tratarlos como lo que son: él o ella, respetando – claro está - la singularidad de cada hijo. En esto, los colores que emplean, los juguetes que usan, las frases con las que nos dirigimos a ellos, la naturaleza de los juegos, son factores que debemos cuidar y que son claramente diferenciadores.

Una segunda etapa, a la que llamaremos “la gran infancia”, que va desde los cinco años hasta los diez, aproximadamente, nos muestra que el niño pasa de la etapa del egoísmo infantil, las rabietas y el círculo social de la familia a una mayor capacidad intelectual y social, a la capacidad de observación e indagación y al círculo amplio de amistades escolares. En el tema de la identidad sexual, esta etapa refuerza la noción de su propio sexo fundamentalmente con la imitación de modelos: sus padres, profesores y pares (hermanos y amigos).

Es este momento en el que niño sintetiza su conciencia de ser sexuado y se necesita haber acompañado el proceso con una adecuada educación del pudor. La educación de la intimidad y la formación anticipada de temas en torno a la sexualidad se ponen de relieve. Es la hora en que los padres deben tomar la delantera dejando de lado la idea de que los niños aún no se plantean ciertos temas que el entorno y los medios de comunicación ya se han encargado de adelantar y, muchas veces, de distorsionar.