miércoles, 29 de abril de 2009

TRABAJO: “DIMENSIÓN FUNDAMENTAL DE LA PERSONA HUMANA” Con ocasión del 1 de mayo


Por: Dr. Hugo Calienes Bedoya
Rector

“Ciertamente el trabajo es «cosa antigua», tan antigua como el hombre y su vida sobre la tierra”. Con estas palabras de Juan Pablo II [1] nos colocamos frente a una realidad que está presente en la vida del hombre desde que fue creado. Narra el génesis el momento preciso en que Dios lo coloca en el jardín[2] con una misión precisa, cultivar la tierra y guardarla.[3]. Recibe pues el mandato de trabajar como medio para cumplir con la misión que se le encomienda[4].

Analizando los textos citados entendemos que al hombre se le otorga la creación en estado de “vía”, de hacerse, incompleta pero llevando en germen lo que debía ser siempre que, en buen uso de la libertad, se le diera la dirección correcta: que la acción humana sobre ella la enalteciera, no la envileciera.

Llamamos trabajo a toda actividad humana destinada a producir algo. Es un hacer que implica necesariamente un hacerse. Toda intervención humana deja huella (positiva o negativa) en lo manipulado pero fundamentalmente deja honda huella en si mismo. Trabajando la persona crece o decrece como tal. Se puede catalogar a alguien, en términos éticos, como mejor o peor, con solo observar los frutos del trabajo realizado: cuando se goza de plena libertad, elección supone conocimiento de lo elegido y conjuntamente intención y finalidad.

Al ser el trabajo una dimensión fundamental de la persona humana, en su ejercicio se juega la orientación que seguirá su vida. No caben atolondramientos, ni hacer por hacer, porque la marca que deja esa acción pasa factura y condiciona el futuro. El mandato de construir la tierra está especificado términos de servicio, de donación, no en términos egoístas. El egoísmo busca justificarse llamándose enriquecimiento en solitario (al que se puede tener derecho). Argumento falso porque lo único que consigue es empobrecer cada vez más a la persona obligándola a caer en el círculo vicioso de la insatisfacción. Cuando el trabajo es servicio, es la propia experiencia la que habla de enriquecimiento personal y social.

Estas consideraciones son oportunas por la cercanía al Día del Trabajo, proclamado por la Organización Internacional del Trabajo para el primero de mayo, fecha a la que la Iglesia agregó la conmemoración de San José Artesano. Como sabemos, fue el presidente José Pardo y Barreda quien, el 15 de enero de 1919, decretó la jornada de ocho horas, hito fundamental en la construcción de un Derecho del Trabajo, que se rememora todos los años en este día. Desde entonces, mucho hemos avanzado no solamente en el derecho laboral sino en la seguridad social, aunque todavía queda bastante camino por andar en ese sendero. Pero no cabe duda que estos acontecimientos nos invitan sencillamente a trabajar “mucho y bien”.

Abundantes son los motivos para hacer el trabajo con la mayor perfección posible: realización personal, prestigio, necesidad de unos ingresos para sostenernos y sostener a una familia, contribución al bien común…Todos caben siempre que respondan a la petición original del creador. El trabajar “mucho y bien” es un compromiso de gran envergadura que exige a todos: aprovechamiento del tiempo, capacitación permanente (cualquiera que sea la ocupación elegida), ilusión humana, ejercicio de virtudes para no trabajar solo cuando se “tengan ganas” y terminar lo empezado cuidando hasta el último detalle, ayudar a los compañeros cuando se les haga cuesta arriba el trabajo, dar ejemplo de coherencia de vida y, siempre, sentido de solidaridad universal que es sentido de responsabilidad en lo concreto del día a día.

“Hemos de convencernos, por lo tanto, de que el trabajo es una estupenda realidad, que se nos impone como una ley inexorable a la que todos, de una manera o de otra, estamos sometidos, aunque algunos pretendan eximirse. Aprendedlo bien: esta obligación no ha surgido como secuela del pecado original, ni se reduce a un hallazgo de los tiempos modernos. Se trata de un medio necesario que Dios nos confía aquí en la tierra, dilatando nuestros días y haciéndonos partícipes de su poder creador, para que nos ganemos el sustento y simultáneamente recojamos frutos para la vida eterna: el hombre nace para trabajar , como las aves para volar”[5]


----------
[1] Juan Pablo II, “Laborem exercens”, n. 3, Roma. 14. IX. 1981
[2] Gén 2,8
[3] Gén 2,15
[4] Gén 1, 28, «Procread y multiplicaos, y henchid la tierra; sometedla»,
[5] Josemaría Escrivá, “Amigos de Dios”, n.57, Ediciones Rialp, Madrid 1977