Por: Claudia Ruiz Salaverry
Instituto de Ciencias para el Matrimonio y la Familia
El descubrimiento de la diferencia sexual de las personas suele acontecer alrededor del tercer año de vida. Este suceso no es propiamente de índole, sino de tipo social, por el cual el infante se da cuenta de que es niño o niña identificándose por similitud u oposición a los demás en cuanto mujeres u hombres.
En esta etapa, la vida sexual tiene poca importancia para el niño; sin embargo nosotros como padres estamos llamados a enseñarles, poco a poco y con mucha naturalidad, la idea de que el varón y la mujer desempeñan un papel distinto en la vida y que el ser niño o niña es un modo diferente de ser, estar y vivir.
“Todo a su tiempo” es una frase utilizada por los padres de manera frecuente. No obstante, es preciso ser concientes de que el auge de la información en nuestro siglo ha generado que nuestros hijos reciban a muy temprana edad por parte de los medios de comunicación (programas y comerciales de la televisión, prensa, cine, etcétera) información que corresponde ser transmitida por nosotros como primeros educadores. Incluso esa información no solo llega antes sino que sus contenidos distorsionan los verdaderos conceptos y dañan su formación. Es por eso que lo mejor sería establecer un plan respecto a la educación de la sexualidad de nuestros hijos, inclusive desde antes de su nacimiento a fin de formarlos concientemente para el amor. Un plan que, de manera graduada, tenga en cuenta su evolución intelectual, física, afectiva y social, gracias al cual pueda saber lo que deba saber en el momento y maneras adecuados.
Nuestro trabajo como padres responsables se inicia antes de que nuestros hijos nazcan, con la formación de los propios cónyuges en la entrega mutua y la convivencia amorosa. Dentro del hogar, los padres deben llevar a cabo una educación de la sexualidad donde se tenga como base los valores morales y donde se tenga un concepto claro del amor y el ejercicio recto de la voluntad.
A medida que van creciendo los hijos, finalizando la niñez e iniciando la adolescencia, se plantean nuevos retos, nuevas fases de ese plan porque aparecen nuevas fases de la madurez sexual. Empecemos por conocer cómo se opera el desarrollo sexual de nuestros hijos. Anticipémonos con una planificación formativa conjugando los periodos sensitivos y el desarrollo humano. Planteémonos objetivos y medios de formación, establezcamos espacios de comunicación y cuidemos el ejemplo de nuestro matrimonio, testimonio que constituye el fundamento de la formación en el hogar
En esta etapa, la vida sexual tiene poca importancia para el niño; sin embargo nosotros como padres estamos llamados a enseñarles, poco a poco y con mucha naturalidad, la idea de que el varón y la mujer desempeñan un papel distinto en la vida y que el ser niño o niña es un modo diferente de ser, estar y vivir.
“Todo a su tiempo” es una frase utilizada por los padres de manera frecuente. No obstante, es preciso ser concientes de que el auge de la información en nuestro siglo ha generado que nuestros hijos reciban a muy temprana edad por parte de los medios de comunicación (programas y comerciales de la televisión, prensa, cine, etcétera) información que corresponde ser transmitida por nosotros como primeros educadores. Incluso esa información no solo llega antes sino que sus contenidos distorsionan los verdaderos conceptos y dañan su formación. Es por eso que lo mejor sería establecer un plan respecto a la educación de la sexualidad de nuestros hijos, inclusive desde antes de su nacimiento a fin de formarlos concientemente para el amor. Un plan que, de manera graduada, tenga en cuenta su evolución intelectual, física, afectiva y social, gracias al cual pueda saber lo que deba saber en el momento y maneras adecuados.
Nuestro trabajo como padres responsables se inicia antes de que nuestros hijos nazcan, con la formación de los propios cónyuges en la entrega mutua y la convivencia amorosa. Dentro del hogar, los padres deben llevar a cabo una educación de la sexualidad donde se tenga como base los valores morales y donde se tenga un concepto claro del amor y el ejercicio recto de la voluntad.
A medida que van creciendo los hijos, finalizando la niñez e iniciando la adolescencia, se plantean nuevos retos, nuevas fases de ese plan porque aparecen nuevas fases de la madurez sexual. Empecemos por conocer cómo se opera el desarrollo sexual de nuestros hijos. Anticipémonos con una planificación formativa conjugando los periodos sensitivos y el desarrollo humano. Planteémonos objetivos y medios de formación, establezcamos espacios de comunicación y cuidemos el ejemplo de nuestro matrimonio, testimonio que constituye el fundamento de la formación en el hogar