Por: Rubén Asalde Ramos
Profesor adscrito al Departamento de Ciencias de la Salud
Profesor adscrito al Departamento de Ciencias de la Salud
Ha sido motivo de reflexión el hecho de mirar la cantidad de árboles cortados a propósito de las celebraciones de carnavales. Me refiero a las famosas “Yunsas”, “Yunzas”, “Umishas” o “Cortamontes”, cuyos posibles orígenes andinos se remontan a épocas coloniales. A partir de allí, se ha difundido en casi todo el país.
El ritual consiste en danzar en parejas alrededor de un árbol al que se han colgado regalos, inclusive bebidas alcohólicas, gaseosas y frutas. Después de algunas horas de baile, los danzantes, que han bebido algo de licor, deciden cortar a hachazos o machetazos el árbol. Según la tradición, un integrante de una determinada pareja que dé el corte final, estará a cargo de organizar la yunza del año siguiente.
Así como esta costumbre, existen otras similares con animales, que expresan sucesos de la historia o son simbolismos de nuestra cultura o quizá de otra cultura que se mezcló con la nuestra en el pasado.
La biodiversidad es un tesoro de las naciones, pues no solo sirve como sustento alimentario, sino también como atractivo turístico. Muchas veces es el resultado de la variedad y peculiaridad de los climas que conforman los ecosistemas propios de cada país. La biodiversidad de los ecosistemas constituye la esencia y belleza de una nación.
América Latina es uno de los continentes de mayor biodiversidad del planeta. Ecuador, Colombia y Perú son los principales representantes. Destruirla paulatinamente o utilizarla inadecuadamente, puede servir de pretexto para propuestas de expropiación o internacionalización, como se quiere hacer con la Amazonía. [1]
Quizá sea trillado hablar de la necesidad que tenemos de consumir los recursos de manera sostenible, pero es justo y necesario reiterar el llamado de atención a las personas que carecen de conciencia ambiental.
San Ignacio de Loyola, en sus “Ejercicios Espirituales”, manifiesta: “…las cosas sobre la faz de la tierra son creadas para el hombre, para que le ayuden a conseguir el fin para el que ha sido creado. Por tanto, ha de usar de ellas tanto en cuanto le ayuden a conseguir el fin para el que ha sido creado…” Si bien es cierto, el género humano tiene bajo su administración los recursos naturales, como también lo narra el Génesis, pero no le es lícito destruir los bienes que ha recibido. Toda la biocenosis (plantas, animales y otros seres vivos) del ecosistema, ha sido puesta al servicio y bienestar del hombre; y este puede usarla cuando lo considere conveniente, pero no para divertirse primero con ella y después destruirla. Eso sería sadismo.
En la ciudad de Chiclayo, existe una Ordenanza Municipal que multa al vecino por cortar árboles. Acatemos la norma, no solo por cumplir, sino siempre. Pues debe cuidarse y preservarse el ecosistema, es decir, mantener con vida a aquellos seres vivos que nos dan gratuitamente el oxígeno y nos proporcionan los alimentos, elementos indispensables para nuestra subsistencia.
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[1] V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y El Caribe; Aparecida – Brasil, 2007 (83, 86)