Por: Carlos Masías Vergara
Profesor adscrito al Departamento de Ciencias Teológicas
He venido leyendo en algunos medios electrónicos de España la noticia del nacimiento del primer “bebé-medicamento” en España. Copio a continuación algunos párrafos extraídos de uno de esos diarios: «El nacimiento de Javier (…) ha supuesto todo un regalo para su hermano Andrés, de seis años, que padece una anemia muy grave causada por una dolencia genética, la beta-talasemia. La sangre del cordón umbilical del recién nacido servirá para realizar el trasplante de células progenitoras que necesita el hermano mayor para vivir más allá de los 35 años».
No dudo que la noticia pueda parecer positiva, sobre todo en estos tiempos donde se recurre a la emotividad fácil para juzgar la eticidad de una acción. ¡Quién no puede alegrarse al pensar de que gracias al nacimiento de Javier, podrá vivir Andrés más allá de los 35 años! Sin embargo, hay muchas cosas que no están bien en este hecho. De entrada lo que indigna es que una persona ha sido concebida como mero medicamento, ha sido reducido a un instrumento para lograr la cura de otra.
En el momento de gestación, ¿los padres pensaban en la alegría que Javier iba a traer en tanto que Javier, o en la que traería en tanto que medicamento para salvar a Andrés? Desde su concepción, la existencia de Javier dejó de ser vista como un don para ser entendida como un producto que exigía unas determinadas características –estar libre de la enfermedad hereditaria y ser absolutamente compatible con su hermano- para poder satisfacer una necesidad: poder curar a su hermano.
Indigna cómo se puede presentar alegremente a una persona –recién nacida- como objeto, negando en la práctica su condición de persona, su carácter filial. Pareciera que hemos olvidado que «los seres racionales llámanse personas porque su naturaleza los distingue ya como fines en sí mismos, esto es, como algo que no puede ser usado meramente como medio, y, por tanto, limita en ese sentido todo capricho y es un objeto del respeto».(Kant)
Y en todo el proceso de producción los criterios de calidad estuvieron siempre presentes, tanto para selección a la persona embrionaria, Javier, como para eliminar al resto de personas embrionarias por no reunir los criterios del control de calidad impuesto. Como se pregunta García Noblejas en su blog: «¿Es cierto que el fin (curar a un niño) justifica producir un medio (hermano-medicamento), que sólo puede "fabricarse" desechando otros medios ("hermanos-medicamentos" menos eficaces)?»
Lo alarmante de esta moderna barbarie no es tanto el que reduzca a la persona a «estiércol para abonar el terreno de la armonía futura» (Dostoyevsky) -social, familiar o individual-, sino que va logrando hacerlo en términos de aparente asepsia moral, de logros de la humanidad que hay que celebrar, y posar alegres para la foto.
No dudo que la noticia pueda parecer positiva, sobre todo en estos tiempos donde se recurre a la emotividad fácil para juzgar la eticidad de una acción. ¡Quién no puede alegrarse al pensar de que gracias al nacimiento de Javier, podrá vivir Andrés más allá de los 35 años! Sin embargo, hay muchas cosas que no están bien en este hecho. De entrada lo que indigna es que una persona ha sido concebida como mero medicamento, ha sido reducido a un instrumento para lograr la cura de otra.
En el momento de gestación, ¿los padres pensaban en la alegría que Javier iba a traer en tanto que Javier, o en la que traería en tanto que medicamento para salvar a Andrés? Desde su concepción, la existencia de Javier dejó de ser vista como un don para ser entendida como un producto que exigía unas determinadas características –estar libre de la enfermedad hereditaria y ser absolutamente compatible con su hermano- para poder satisfacer una necesidad: poder curar a su hermano.
Indigna cómo se puede presentar alegremente a una persona –recién nacida- como objeto, negando en la práctica su condición de persona, su carácter filial. Pareciera que hemos olvidado que «los seres racionales llámanse personas porque su naturaleza los distingue ya como fines en sí mismos, esto es, como algo que no puede ser usado meramente como medio, y, por tanto, limita en ese sentido todo capricho y es un objeto del respeto».(Kant)
Y en todo el proceso de producción los criterios de calidad estuvieron siempre presentes, tanto para selección a la persona embrionaria, Javier, como para eliminar al resto de personas embrionarias por no reunir los criterios del control de calidad impuesto. Como se pregunta García Noblejas en su blog: «¿Es cierto que el fin (curar a un niño) justifica producir un medio (hermano-medicamento), que sólo puede "fabricarse" desechando otros medios ("hermanos-medicamentos" menos eficaces)?»
Lo alarmante de esta moderna barbarie no es tanto el que reduzca a la persona a «estiércol para abonar el terreno de la armonía futura» (Dostoyevsky) -social, familiar o individual-, sino que va logrando hacerlo en términos de aparente asepsia moral, de logros de la humanidad que hay que celebrar, y posar alegres para la foto.