Por: Doris Moscol Mogollón
Profesora adscrita al Departamento de Humanidades
A raíz de la aplicación de la ley a la periodista Magaly Medina, conductora de un controversial programa televisivo, se han levantado muchas opiniones: unas en defensa, y otras, en contra de su programa televisivo.
La televisión es un medio de comunicación de gran influencia en la opinión pública, por sus características peculiares; una de ellas es la unidireccionalidad. De ahí que el receptor, por lo general, desconocedor de la naturaleza de este medio, se acostumbre a recibir todo como bueno y muchas veces sea su referente en su forma de pensar y actuar.
¿Quién no ha cambiado la imagen que tenía de un personaje público después de un ‘ampay’ difundido en el programa Magaly TV? ¿Acaso ese programa puede considerarse como un auténtico programa de espectáculos? Si es un programa de espectáculos y de entretenimiento, ¿difunde cultura, es decir, enaltece la dignidad del ser humano? Rotundamente, no.
Parece que los peruanos nos estamos acostumbrando a la ‘televisión basura’, cuyo contenido se distingue por la chabacanería, violencia, chismes, pornografía, sexo fácil, concursos absurdos, etc. ¿Por qué este tipo de programación televisiva es frecuente en nuestro país? Existe la tendencia de los dueños y responsables de las estaciones televisoras de entretener y hacer pasar el rato a costa de lo que sea.
Pues la televisión no está enfocada en la formación del ser humano – a pesar de ser una de las funciones propias de cualquier medio de comunicación masiva-, sino en los ‘ratings’ y en lo que venda: pura forma sin contenido. Se rigen por un principio comercial: conseguir mayor ingresos económicos.
Pero los dueños de las estaciones televisoras no son los únicos responsables de esa televisión basura en nuestro país, sino también el público televidente. Tenemos este tipo de televisión por nuestra actitud conformista, pasiva y escasa de cultura. Pues aceptamos ese tipo de programación cuando sintonizamos esos programas, concediéndoles ‘rating’, cuando no protestamos por algunos programas, enviando cartas a los diarios por la falta de respeto y atropello a nuestra dignidad de ser humano y a los principios establecidos por nuestra
Constitución. El Perú se reconoce por profesar la religión católica. Sin embargo, en sus programas televisivos de entretenimiento, se mofan, ridiculizan a las monjas, al clero en general. Y nadie dice nada. Con esa actitud pasiva, tales programas se mantienen en el aire y se enriquecen los productores, pero el televidente -como afirma Enrique Rojas- queda indefenso intelectualmente y se convierte en una fácil presa de manipulación de cualquier mensaje.
Basta ya de televisión basura. Que los sucesos judiciales últimos nos hagan reflexionar, a no aceptar más ese tipo de programas, a ser críticos con lo que nos ofrezca la televisión. Pero, principalmente, a fomentar y a exigir calidad cultural en la programación televisiva. ¡Cuánto disfrutaríamos con un programa de espectáculos de calidad! Tenemos varios exponentes de la cultura, peruanos de fama internacional, cuya producción artística, por lo general, es desconocida en nuestro país.
Se extraña, por ejemplo, una explicación sucinta de las complicadas melodías de los repertorios de Rossini, Donizetti y Bellini cantadas por nuestro primer tenor lírico del mundo Juan Diego Flores. Todos admiramos a nuestro compatriota. Pero ¿sabemos darle sentido a esas melodías interpretadas en los teatros internacionales, como: la Scala de Milán, el Teatro Real de Ópera de Londres, la ópera Estatal de Viena y la ópera Metropolitana de Nueva York?
Apostemos por la calidad cultural televisiva de nuestro país que, en definitiva, facilitará su transformación en una sociedad más culta y más humana.
Profesora adscrita al Departamento de Humanidades
A raíz de la aplicación de la ley a la periodista Magaly Medina, conductora de un controversial programa televisivo, se han levantado muchas opiniones: unas en defensa, y otras, en contra de su programa televisivo.
La televisión es un medio de comunicación de gran influencia en la opinión pública, por sus características peculiares; una de ellas es la unidireccionalidad. De ahí que el receptor, por lo general, desconocedor de la naturaleza de este medio, se acostumbre a recibir todo como bueno y muchas veces sea su referente en su forma de pensar y actuar.
¿Quién no ha cambiado la imagen que tenía de un personaje público después de un ‘ampay’ difundido en el programa Magaly TV? ¿Acaso ese programa puede considerarse como un auténtico programa de espectáculos? Si es un programa de espectáculos y de entretenimiento, ¿difunde cultura, es decir, enaltece la dignidad del ser humano? Rotundamente, no.
Parece que los peruanos nos estamos acostumbrando a la ‘televisión basura’, cuyo contenido se distingue por la chabacanería, violencia, chismes, pornografía, sexo fácil, concursos absurdos, etc. ¿Por qué este tipo de programación televisiva es frecuente en nuestro país? Existe la tendencia de los dueños y responsables de las estaciones televisoras de entretener y hacer pasar el rato a costa de lo que sea.
Pues la televisión no está enfocada en la formación del ser humano – a pesar de ser una de las funciones propias de cualquier medio de comunicación masiva-, sino en los ‘ratings’ y en lo que venda: pura forma sin contenido. Se rigen por un principio comercial: conseguir mayor ingresos económicos.
Pero los dueños de las estaciones televisoras no son los únicos responsables de esa televisión basura en nuestro país, sino también el público televidente. Tenemos este tipo de televisión por nuestra actitud conformista, pasiva y escasa de cultura. Pues aceptamos ese tipo de programación cuando sintonizamos esos programas, concediéndoles ‘rating’, cuando no protestamos por algunos programas, enviando cartas a los diarios por la falta de respeto y atropello a nuestra dignidad de ser humano y a los principios establecidos por nuestra
Constitución. El Perú se reconoce por profesar la religión católica. Sin embargo, en sus programas televisivos de entretenimiento, se mofan, ridiculizan a las monjas, al clero en general. Y nadie dice nada. Con esa actitud pasiva, tales programas se mantienen en el aire y se enriquecen los productores, pero el televidente -como afirma Enrique Rojas- queda indefenso intelectualmente y se convierte en una fácil presa de manipulación de cualquier mensaje.
Basta ya de televisión basura. Que los sucesos judiciales últimos nos hagan reflexionar, a no aceptar más ese tipo de programas, a ser críticos con lo que nos ofrezca la televisión. Pero, principalmente, a fomentar y a exigir calidad cultural en la programación televisiva. ¡Cuánto disfrutaríamos con un programa de espectáculos de calidad! Tenemos varios exponentes de la cultura, peruanos de fama internacional, cuya producción artística, por lo general, es desconocida en nuestro país.
Se extraña, por ejemplo, una explicación sucinta de las complicadas melodías de los repertorios de Rossini, Donizetti y Bellini cantadas por nuestro primer tenor lírico del mundo Juan Diego Flores. Todos admiramos a nuestro compatriota. Pero ¿sabemos darle sentido a esas melodías interpretadas en los teatros internacionales, como: la Scala de Milán, el Teatro Real de Ópera de Londres, la ópera Estatal de Viena y la ópera Metropolitana de Nueva York?
Apostemos por la calidad cultural televisiva de nuestro país que, en definitiva, facilitará su transformación en una sociedad más culta y más humana.