viernes, 25 de abril de 2008

El Discurso de Benedicto XVI a la ONU

I parte


P. Angel Arrebola Fernández
Profesor de Derecho Eclesiástico del Estado


La visita de Benedicto XVI a los Estados Unidos ha supuesto, sin duda, la noticia de la semana. Los periodistas, ávidos de noticias morbosas, han dedicado sus mejores páginas a las declaraciones del pontífice sobre los abusos sexuales a menores por parte de algunos sacerdotes en ese país. Escándalo que ha supuesto para todo el mundo, la Iglesia y el propio Papa un motivo de sufrimiento no pequeño, como él mismo señaló.

Los ecos de esa visita irán encontrando una profunda huella conforme pasen los días. Quizá lo más llamativo sea lo titulado en los diarios, pero la enseñanza pontificia expuesta a lo largo de estas jornadas alcanza temas de mucha más amplitud y calado, como siempre que el Sucesor de Pedro expone alguna doctrina de manera ordenada y sistemática como es el caso de una peregrinación pastoral de esta envergadura, donde cada discurso está perfectamente medido y tiene que ser degustado, pensado y asimilado por quienes estamos verdaderamente interesados en el bien de la sociedad y en la exposición de la verdad para todos los hombres de buena voluntad.

Es el caso del magnífico discurso pronunciado ante la Asamblea General de las Naciones Unidas. Un discurso denso, armoniosamente articulado, y donde el Pontífice ha expuesto el fundamento último de los derechos humanos, al cumplirse el sexagésimo aniversario de la Declaración Universal, de 19 de Diciembre de 1948.

Como ya hicieran sus antecesores Pablo VI, el 4 de Octubre de 1965, y Juan Pablo II, el 5 Octubre de 1995, también el actual Papa ha sido invitado por el Secretario General de las Naciones Unidas a dirigirse a la Asamblea General, en la que la Santa Sede tiene el status de Observador Permanente. Este es un primer dato que no podemos pasar por alto. La situación de la Santa Sede en el panorama internacional hace que tenga el reconocimiento de una autoridad moral que no tiene ninguna otra institución religiosa. A pesar de los escándalos, la Iglesia Católica es reconocida en el mayor foro del mundo sobre Derechos Humanos, como experta en humanidad y su palabra es requerida y reconocida por todas las naciones tanto en las que la mayoría es cristiana, en aquellas donde el cristianismo es minoría e, incluso en un foro donde están presentes representantes de países en los que el cristianismo es perseguido.

Recordando los principios de fundación de las Naciones Unidas por la carta de San Francisco de 25 Junio de 1945, hacía notar el Pontífice, en su discurso, que estos principios, sin agotar todo el bien común de toda la comunidad humana, suponen un esfuerzo notable en el avance para conseguirlo, así como expresan “las justas aspiraciones del Espíritu humano” y ponen de manifiesto “los ideales subyacentes en las relaciones humanas”.

Tres son, a mi juicio, los aportes importantes de este discurso; por una parte Benedicto XVI expone el principio de la “responsabilidad de proteger”. Por ser los derechos humanos no una cesión de los estados a favor de cada individuo, sino una propiedad inalienable de cada ser humano, y esto de manera universal. Es decir, los derechos humanos son universales, indivisibles e interdependientes, de modo que hablemos del ser humano que hablemos en cualquier lugar y circunstancia del mundo, el conjunto de derechos le pertenecen en virtud de la Dignidad que como persona humana tiene. Es por ello que el reconocimiento y la salvaguarda de esta dignidad humana, y en consecuencia de sus derechos, no sólo corresponde al gobierno del país en el que se encuentra el individuo, sino también, como ya señalara el Dominico español Francisco de Vitoria, a toda la comunidad internacional que debe de establecer las garantías necesarias para que estos derechos puedan ser efectivos. Y esto, como dice el Papa, sin reducir la custodia de estos derechos a un planteamiento “pragmático, limitado a determinar “un terreno común”, minimalista en los contenidos y débil en su efectividad”.

Es por esto que la comunidad internacional, cuya máxima expresión son las Naciones Unidas -sociedad nacida tras los desastres de las dos guerras mundiales- tienen, como les ha recordado el pontífice, un lugar primario en la promoción y la garantía al velar por la dignidad de toda persona humana, y se deberán procurar los procedimientos e instrumentos jurídicos y políticos necesarios para que la persona humana sea respetada y custodiada como el primer patrimonio de la humanidad.