Por: Ruth Cotrina Alvarran.
Profesora Adscrita al Departamento de Ciencias Teológicas.
“Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en Ti" (San Agustín)
Es triste percibir a mujeres y hombres que cambian a Dios por el poder, o la aceptación de doctrinas que van en contra de la fe, por el hedonismo, la ambición, la autosuficiencia o las dificultades que se presenta en la vida. En una sociedad consumista y materialista, este maléfico canje da lugar al egoísmo, la vanidad y la indiferencia para con sus semejantes. Situaciones así pueden surgir en nuestra comunidad y hasta en nuestro hogar. Además, el hombre contemporáneo muchas veces inmersos en un tecnicismo inhumano produce objetos que tienden a enajenarlo, propiciando su autodestrucción, llevándolo a una frivolidad para con Dios y con el prójimo. Ante este panorama me pregunto: ¿necesitará el hombre ser rescatado o salvado? ¿será posible que este hombre permita que Dios renazca en su vida? ¿Dios aceptará nuevamente a éste hombre? Sí, siempre y cuando se deje guiar por el amor de Jesucristo - en quien debemos apoyarnos- que es la clave para esta acción.
San Josemaría Escrivá con una exquisita dosis de fe dijo que "la mano de Dios no se ha agotado, no se ha reducido; el Señor, sigue siendo generoso, Padre cariñoso, que sigue buscando a sus hijos y sigue siendo su delicia estar con los hijos de los hombres". Dejemos que Jesús tenga ese diálogo, y tratemos de imitar el amor de Jesús hacía el Padre, y así mismo tomemos como ejemplo lo que Juan Pablo II nos enseñó sobre el valor del amor, al aceptar el pontificado: “en obediencia de fe a Cristo, mi Señor, confiando en la Madre de Cristo y de la Iglesia, no obstante las graves dificultades, acepto” para servir al hombre y encaminarlo hacia la gracia de Dios, bajo la luz del espíritu de Jesucristo.
Es preciso que la humanidad comprenda que su salvación se encuentra en Cristo Redentor que es amor, misericordia, edificador de la actividad del hombre, que orienta y dirige, su entendimiento y voluntad, para que este logre alcanzar su fin último. De allí la gran participación del hombre en la Santa Misa donde el misterio de la redención se hace presente mediante la Eucaristía, fuente de vida y santidad, para ser parte de la gracia y reconciliación con Dios; y es allí donde el hombre debe tomar conciencia de su realidad en la que se encuentra, fortaleciendo su fe en la medida que manifieste actos buenos y responsables, evitando caer en el debilitamiento moral. El hombre siendo libre debe llevar su vida como persona que es. El Papa Juan Pablo II comentaba que: “la libertad es un don grande solo cuando sabemos usarlo responsablemente para todo lo que supone un bien verdadero”.
Por lo tanto los hombres deberían darse cuenta que el corazón humano seguirá inquieto hasta que encuentre y descanse en Dios. Esto es un hecho que no se queda sólo en los pensadores católicos desde Agustín hasta Benedicto XVI mismo, que a través de su capacidad de oración va llevando los corazones humanos hacia Dios, siendo ello una clave de su pontificado, convirtiéndolo en un faro de valentía moral cuyo mensaje los habitantes del mundo deberían escuchar.
Es evidente que no se puede dejar de lado ese amor celestial, por el cual Cristo el Redentor se revela en el misterio de la redención al nacer, sufrir y morir como hombre, enfrentándose y rechazando las tentaciones, para demostrarnos que si podemos luchar contra las debilidades e instigaciones que se presenta en nuestra vida. Hagamos nuestro el pensamiento de San Agustín inspirado en San Pablo: Te buscó Jesucristo cuando eras impío para redimirte; ¿puede abandonarte a la perdición después de haberte redimido? Pueden ser grandes nuestras culpas, pero es mucho más grande el amor de Dios manifestado en Jesucristo, porque todos los lazos y cadenas son rotas fácilmente por el amor de Dios, (San Jerónimo) dejémonos transformar en Jesús por la fuerza de su amor y su comprensión (San Francisco de Asís.)